Hace unos días hablando con @lucia.camo comentábamos la importancia del “volver”. A un nivel físico o geográfico, pero también a un nivel interno.
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Yo le compartía que el tener pensamientos o recuerdos vetados en mi mente, me producía tristeza y me robaba libertad. Libertad de pensamiento, libertad para relacionarme con todas esas imágenes a mi antojo.
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Yo quería poder toparme sin querer con ellas, o elegir deliberadamente enfocarme en esas sensaciones revolucionarias asociadas a viejos tormentos, y poder sostenerlos igualmente.
No quería tenerle miedo a ningún espacio de mi mente.
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Y entonces me topé con este texto, que resume o resuelve para mí, el kit de todo esto. Y muchas otras cosas más, todo sea dicho.
“…el duelo no es únicamente un periodo de nuestras vidas sino una conversación constante que debemos atrevernos a tener”.
Y es que esto es volver. Salir, irnos, mutar allí y volver aquí; observar lo que también ha mutado en este tiempo y volver a empezar.
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Nos obcecamos en el cierre, nos metemos prisa porque ya no duela, porque ya no importe, porque ya no perturbe, porque ya no se piense más. Y no es ahí, no es sellando que se supera,
es poniéndole una alfombra roja, un altar con velas, una puerta abierta, una cortina transparente. Es invitándonos a cenar.
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Yo no quiero que cierren, yo quiero que estén abiertos y disponibles para poder siempre conversar con esos procesos.
Y que cada vez que vuelva me enseñen algo nuevo de mí.
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Es un emplearse constante. Y si aprendemos a soltar el deseo de que acaben, no pesará tanto el pasar de vez en cuando por ahí.
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Esto es lo que yo entiendo y deseo para todos los duelos, poder reconectar con ellos cada vez que alguna de las partes lo decida. Ya sea a través de nuestro inconsciente, de nuestros sueños, por alguna conexión espontánea; o seamos nosotros mismos, quien activamente decidamos rescatarlos.
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En cualquiera de los casos, bienvenidos a mi mesa. Nos invito a cenar.
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